El cometa
El cometa 2008-A1 viaja por el espacio a cien mil kilómetros por hora, en un viaje interestelar sin rumbo definido. Es un cometa, pero y...
El
cometa 2008-A1 viaja por el espacio a cien mil kilómetros por hora, en
un viaje interestelar sin rumbo definido. Es un cometa, pero ya apenas
se aprecia la característica cola de polvo y gas de estos cuerpos
celestes. Eso es debido a que viaja en dirección a La Tierra. La Agencia
Espacial Europea ha estimado que la probabilidad de colisión es del
62%. La semana pasada, la NASA elevó esa probabilidad al 78%.
Mientras
tanto, en Japón, los pétalos de flor de cerezo caen al suelo a una
velocidad de cinco centímetros por segundo[[1]], en un suave descenso
hipnótico. Los niños que juegan en los jardines Koishikawa Korakuen
intentan cogerlos en su vuelo descendente antes de que toquen el suelo,
ajenos al riesgo que se avecina.
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Aiko
Yoshida acaba de salir de su trabajo en el barrio de Shinjuku. Es
administrativa en una gran compañía que fabrica aparatos de aire
acondicionado. “Daifresh. El soplo de aire fresco que todos necesitan”,
reza el eslogan publicitario. Como todos los días, corre al acabar la
jornada para intentar coger el metro de las 18:07, que pasará puntual y
abarrotado de otros trabajadores deseosos de llegar a algún lugar en el
que olvidar las intensas jornadas laborales.
Hace
unas semanas que Aiko está especialmente contenta porque ha comenzado a
salir con Isao, un compañero de instituto al que perdió de vista hace
años, pero que nunca consiguió quitarse de su cabeza. Se volvieron a ver
por casualidad en un centro comercial de la capital en el que Isao
trabaja en una tienda de videojuegos. Aiko había ido con una amiga de
compras, pero se quedó sola porque su amiga tuvo que marcharse
rápidamente ya que su madre empezó a encontrarse mal y la llamó para que
la acompañara al hospital. Isao estaba en la puerta de la tienda,
fumando un cigarrillo, esperando que entrara algún cliente. Ella no lo
vio. Él tampoco la miró a ella. Podría haber pasado por delante de la
tienda y no volver a cruzarse en sus vidas. Pero justo en ese momento,
un niño pequeño de ojos rasgados con cara de travieso corría
persiguiendo a su primo, que utilizaba a Aiko como escudo protector, lo
que le impedía avanzar. En los intentos por agarrar a su primo del
jersey, el pequeño gamberro rompió la bolsa de compras que ella llevaba y
cuatro braguitas de adulta de Hello Kitty acabaron por el suelo,
consiguiendo que sintiera una vergüenza difícil de disimular, al quedar
al descubierto esa ropa íntima que algún día llevaría puesta.
Isao
observó la escena con una sonrisa y pronto reconoció a Aiko, que
mantenía sus delicadas facciones y su piel tersa y blanca. La ayudó a
recoger las braguitas esparcidas frente a su tienda. Agachados, se
miraron y ella se ruborizó de forma incontrolable, sólo pudo
dibujar una sonrisa temblorosa antes de pronunciar su nombre - ¡Isao!
Quedaron para tomar algo más tarde y contarse mutuamente qué había sido de sus vidas.
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En
la comunidad científica hay división por cómo tratar el asunto. Hay
quienes comparten la idea de los políticos y altos cargos de no informar
a la población sobre la aproximación del cometa, porque nunca la
humanidad ha vivido el anuncio de su destrucción. El objetivo último es
el de evitar el descontrol e histeria general que podría conllevar el
conocimiento de que el fin de la civilización está cerca. Por otro lado,
otros abogan por exponer abiertamente la situación para que cada
persona decida qué hacer con los que pueden ser sus últimos meses de
vida.
Los nuevos cálculos de la trayectoria estiman la posibilidad de colisión en un 87%
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Compraron
takoyaki en un puesto ambulante mientras se contaban sus historias
desde el día que se separaron. Aiko le confesó que se había acordado de
él algunas veces. Aunque en el instituto nunca formaron parte del mismo
grupo de amigos, hablaban a veces en los pasillos o en la entrada
matinal. Le contó que cuando acabó sus estudios de administración no
tardó en encontrar trabajo en Daytsu Corp, una empresa de la que se
habría marchado ya si no fuese tan cobarde. Le daba miedo no encontrar
otro trabajo o, si lo encontraba, no encajar bien o, … Mil excusas que
siempre le hacían abortar cualquier intento de cambio, al fin y al cabo,
no se sentía incómoda allí, la empresa era fuerte y eso le garantizaba
una estabilidad tranquilizadora. Tuvo alguna pareja pasajera, pero nada
serio. Lo justo para sentirse deseada, pasarlo bien y no complicarse la
existencia mientras sus amigas se casaban, tenían niños que las llenaban
de obligaciones adicionales y reflejaban en sus caras un cansancio que
no transmitía la felicidad que decían sentir gracias a la maternidad. Y
así, la vida la engañaba haciéndole creer que transcurría lenta hasta
que se paraba a pensar sobre ella, momento en el que se daba cuenta de
lo rapidez con la que llegaba diciembre cada año.
Isao
no continuó estudiando tras el instituto, por eso su padre lo obligó a
trabajar con él en la frutería que tenía en Shibuya. Desgraciadamente,
su padre murió de forma repentina por un infarto y él tuvo que hacerse
cargo del negocio, que con su nefasta capacidad de organización, que ya
se adivinaba en su época de estudiante, acabó llevándolo a la quiebra.
Fue entonces cuando comprendió todo el sacrificio que su padre había
hecho durante su vida para intentar que no les faltara de nada y
entendió que todo cambia cuando llegan los hijos, que prácticamente te
hacen abandonar tu vida para dedicarte a las suyas, por eso decidió no
tenerlos jamás. Si no sabía dirigir su vida, ¿cómo iba a saber dirigir
las de otras personas? No le quedó otra opción que trabajar en lo que
iba saliendo, trabajos temporales y mal remunerados hasta que un amigo
lo contrató como dependiente en la tienda de videojuegos del centro
comercial. Si sabía de algo, era de juegos y consolas.
Empezaron
a quedar para ir al cine y para pasear. Y también para descubrir sus
pieles denudas en el pequeño apartamento de Aiko, que tan apartado de
todo en un Tokio tan inmenso, era un paraíso reducido para los dos. Isao
seguía viviendo en la casa familiar junto con su madre, muy enferma, y
su hermana, que cuidaba de ella. Por eso no quedaban nunca en su casa.
A
Aiko siempre le había gustado él, pero ese sentimiento no fue nunca
recíproco. Se atrevió a confesarle que los breves encuentros en la etapa
del instituto nunca fueron espontáneos, siempre se las apañaba para
llegar a la misma hora él, para sentarse cerca en el comedor o para
llamar su atención de alguna manera. Y, pese a que ese sentimiento nunca
fue recíproco, a partir del reencuentro el amor se fue equilibrando
entre los dos, en una balanza calibrada por los años, un amor calmado
muy diferente al que habrían sentido si hubiesen salido en su etapa en
el instituto, que habría sido más instintivo, más impetuoso, más
inmediato y pasional. Ambos compartían la apatía por su trabajo y la
indiferencia por mejorar laboralmente. En una sociedad marcada por la
excelencia y por la competitividad, se dieron cuenta de que vivir bien
es estar bien, y que estar bien no depende del nivel económico, del
número de viajes que se puedan realizar o de los caprichos acumulados.
Aprendieron que sólo se necesitaban el uno al otro. ¡Qué pena no haberse
dado cuenta antes!
El
viernes por la noche decidieron no salir. Cenaron ramen y subieron a la
azotea del edificio con algunas cervezas frías. Ese día se celebraba La
Hora del Planeta y en la ciudad se apagarían las luces durante una hora
para concienciar a la población sobre el cambio climático. Pero a ellos
les daba igual el clima. Querían ver la ciudad apagada y sentirse los
dos solos en el mundo, como si se hubiesen apagado millones de vidas. Y
pensaron también que sería un buen momento para observar las estrellas,
algo imposible el resto del año por la contaminación lumínica de Tokio.
- ¿Desde cuándo no miras al cielo, Isao?
- Lo veo todos días cuando te miro.
- Calla tonto…¡Fíjate! ¡Qué estrella más grande! – comentó Aiko señalando a un punto blanco en el cielo
- Debe
ser la Estrella Polar. No. Espera, la Estrella Polar tiene que estar en
aquella dirección. Será Alfa Centauri, que he leído que es la estrella
más cercana a La Tierra después del Sol.
- Estás hecho todo un astrónomo – le dijo Aiko entre risas.
Ignoraban que lo que estaban observando era el cometa 2008-A1
- Tengo una idea. Vamos a prestar atención y cuando veamos una estrella fugaz le pedimos un deseo. No vale pestañear, ¿eh? – propuso Isao.
A
Aiko le pareció una idea maravillosa. Nunca había visto una estrella
fugaz en el cielo, tan sólo las había visto en documentales o en videos
de Youtube. Los dos estuvieron un rato apoyados en el pretil de la
azotea, con una lata de cerveza en la mano, mirando al cielo oscuro casi
sin pestañear, como había pedido Isao. Pero aquella noche no era la
noche de suerte, no consiguieron ver ninguna. Ninguno de los dos se
atrevía a ser el primero que se daba por vencido, pero Aiko, finalmente,
pensó que sería imposible, pronto volverían a encender las luces y
luminosidad de la ciudad impediría ver la tenue luz de las estrellas.
- Isao, no vamos a poder pedir ningún deseo.
- ¿Cómo que no? Vamos a pedírselo a esa estrella tan grande. Seguro que a ella no se lo ha pedido nadie y nos lo concede.
Aiko,
sonrió. Cerraron los ojos, se abrazaron y ambos desearon estar siempre
así, unidos el resto de sus vidas y no separarse jamás hasta que
murieran. Y también desearon que el día que les tocase morir, lo
hicieran juntos.
La tarde del dieciocho de noviembre, el cometa 2008-A1 cumplió sus deseos.
[[1]] Referencia a la película japonesa de animación 5 centímetros por segundo, de los estudios CoMix Wave Inc.